lunes, 29 de octubre de 2018

Baroja

Ayer domingo estuve en Bera de Bidasoa. A lo largo de la mañana me acerqué en tres ocasiones a la casa familiar de Itzea. Cerrada a cal y canto. Hacía un frío glacial impropio de Octubre en nuestra tierra. La bella casona me negaba las tres veces el milagro de alguna ventana, alguna puerta que se entreabriera, que alguien saliera al jardincillo y yo pudiera amablemente abordarle, y contarle que aparte de lector entregado de Don Pío, tuve el honor de encarnarle en un delicioso paseo literario organizado en mi ciudad por unas mujeres más que entusiastas de la literatura...
No hubo suerte.
Un amable policía municipal me explicó en el bello euskera de los navarros, que la familia había decidido dejar de permitir visitas a la casa, que últimamente hasta les habían robado libros de la biblioteca.

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