jueves, 5 de enero de 2023

ROSENDO
Aquel, iba a ser un día especial para Rosendo, y no permitiría, mayores fueron los sufrimientos de Jesucristo en la cruz, que el dolor del pie izquierdo se lo estropeara. Aquellos viejos zapatos tenían que durarle todavía un par de años más. Desde luego no eran los más adecuados para andar por aquellos andurriales, encima las últimas lluvias habían llenado de barro resbaladizo los caminos, y había que esquivar el musgo y los cantos afilados que se ocultaban traicioneros a sus pasos bajo la mullida alfombra de las hojas de los robles recién caídas, que anunciaban ese otoño que ya era una realidad en el calendario. Pero Rosendo sabía andar por estos caminos, y hoy se sentía tan ligero que había preferido contra su costumbre, dejar en el paragüero de la sacristía el recio bastón de madera de avellano.
También podía haberse calzado las abarcas que le regaló la Jesusa, siempre tan preocupada por su salud y su bienestar, un avemaría por sus intenciones, pero le parecían poco serias, poco adecuadas para conjuntar con la sotana, por cierto, remángate antes de cruzar ese charco, o la pobre Jesusa se va a pasar las horas muertas cepillando los bajos hasta hacer desaparecer las manchas de barro, otra avemaría por sus intenciones.
Eran callos, o juanetes, o como se llamen, si no se hubiera empeñado en terminar el partido a doce tantos con los mozos… buenos chicos, siempre despistados con esas cosas del demonio y la carne, pero nobles, buena gente, y además les ganó: a los tantos y al barrene, qué se creían que eras poco hombre por llevar faldas, con una mano le bastaba, la otra para remangarse la sotana. Sintió el roce de los zapatos en cada carrera que subía, pero qué caramba,
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había que seguir, seguir y ganar. El vaso de sidra bien ganado, el tirón de orejas a Juanito, ¿Qué, cuando te voy a ver por la Iglesia? El mejor monaguillo que había tenido… decían que si su padre había sido rojo, pero quién se acuerda a estas alturas de aquellas historias. Los muchachos mirando de reojo, este cabrón de cura que nos gana y que se vacía los vasos de sidra como si fueran agua. Por cierto, conseguir un par de botellas de rioja del Basilio, que ese chacolí nunca ha sido buen vino para consagrar. Qué tiempos aquellos cuando el Basilio se dedicaba al estraperlo. Entre la locomotora y el primer vagón: ahí guardaba la mercancía. Y el tren arrastrándose despacio y él dejando caer un saco de harina aquí y otro de azúcar allá, y el fogonero haciendo la vista gorda, que seguro que se llevaba también su parte. No recuerdo si se confesaron de aquello… bueno, qué más da, contribuían a quitarle el hambre a la gente, modernos mesías sobre raíles de hierro.
El chanchangorri allí, amistoso sobre la rama, le silbas y parece que va a venir aposarse en tu mano, pero no, te mira con desconfianza, expectante…unas migas del bocadillo que con tanto cariño te pone cada día la Jesusa en la palma, y el pajarico, desconfiado todavía, pero al final se posa en el borde de la manga de la sotana y picotea las miguillas… podrías cerrar la palma y atraparlo…pajaritos fritos para almorzar, qué espantosos aquellos tiempos de hambre… criatura de Dios, vuela y se pierde entre las ramas del castaño.
¿Por qué te miraba de aquella manera la Ramoni? La tarde del baile en la plaza, los guardiaciviles paseándose ufanos, las caras de los mozos rojas de excitación, repeinados al agua, las camisas limpias y recién planchadas, los viejos apurando el vaso de vino, los
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ojos lacrimosos, los huesos doloridos, toda una vida de fatigas… no, que no se te ocurriera ir a hablarles hoy de las dulzuras de la salvación y de la vida eterna, no, hoy toca baile, toca perderse embelesados en la contemplación de esas dos mujeres, todavía casi niñas que bailan abrazadas la una con la otra mientras vigilan a los chicos con el rabillo del ojo, y la “jasband” que se arranca con un pasodoble torero, que ya está bien de tanto zortziko y de tanto txistu y tamboril.
¿Pero por qué te miraba así la Ramoni? Es una desvergonzada, una comprometedora, las mujeres la miran y cuchichean, mira la viuda, será puta, ¿también con el cura?, y tú resuelto a vigilar de cerca a esas parejas que bailan “agarrao”, en mayo os caso y os salvo, y a ti ya te pillaré, te voy a reventar a penitencias, desvergonzada, no te libras de diez rosarios con todos los misterios.
Y ese calorcito que trae el recuerdo de aquellos ojos en tu nuca, el aroma de su perfume batallando vencedor contra los olores de moho y de incienso del confesionario, su voz susurrante, Padre, me acuso…avivar el paso, los chavales de los caseríos esperan su catequesis y se te está haciendo tarde con tanto pensamiento pecaminoso… pobrecitos, sin escuela, trabajando de sol a sol, las vacas, las ovejas, la huerta, los dos paseos diarios por las lindes de los caseríos por donde pasan las vías, a la caza de esa brasa que la locomotora haya podido dejar en el camino, incendios devastadores incluso en este valle tan húmedo y donde tanto llueve, mal clima para los huesos. Infancias desdichadas, al menos el consuelo de recibir a Jesús pronto, que mayo está ya a la vuelta de la esquina: Soy cristiano por la gracia de Dios, ¿Qué es ser cristiano? Ser cristiano es ser discípulo de Cristo, y una y otra vez esa dulce cantinela en las
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voces de los chicos, en ese idioma que apenas entienden, sus juegos, hacer enfadar a los fogoneros tirándoles piedras, poniendo monedas y alambres para que la locomotora los aplaste… el tren. Hoy día sólo queda ya la 31, transportando su carga de madera hasta Olloqui… hasta hace pocos años, ese tren de pasajeros y de mineral, cargado de gente feliz y ruidosa, desde la San Sebastián hasta Pamplona, en julio a los Sanfermines, la locomotora renqueando, silbando y soltando vapor, los túneles angostos, la locomotora que no avanza más rápido que el paso de un hombre, las blasfemias del fogonero, como bien decía el párroco de Leiza, las blasfemias llegaron a estos valles con el tren, pero es que han vuelto a mezclarle tierra con el carbón, y aquello no combustiona bien, y palada tras palada, sin parar hasta Leiza. Y Basilio pensando en los días en que hace correr a la vieja locomotora por aquellas cuestas, por aquellas curvas de herradura, confiando en la Virgen y en todos los Santos para que los frenos funcionen también hoy, si los pasajeros supieran el peligro que corren, no se montaría ni Dios en aquellos vagones, pero el tren es la vida del valle, el trasiego de gentes y de mercancías, de madera y de mineral de hierro, de ilusiones viajeras y aventureras y de reencuentros, un mundo sin prisas, sin agobios, hasta ese humo gris debía de ser sano, porque todos lo respiramos y aquí seguimos mientras Dios nos dé fuerzas, bendito sea su Santo Nombre.
Otra vez esa sensación en la entrepierna. El demonio de la carne, ni los vicarios de Cristo podemos librarnos de él, hombres débiles al fin y al cabo, hombres de barro que al barro han de volver, una carrera saltando entre los helechos, olvídate de bracear, las manos recogiendo los pliegues de la sotana, el dolor cada vez más agudo en el dedo gordo del pie izquierdo, parar jadeando, secarse el sudor con el pañuelo bordado con sus iniciales, primorosamente planchado
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por Jesusa, desanudar el zapato sentado en un tocón de roble vencido, qué placer acariciarse el dedo por encima del grueso calcetín de lana, y lo mejor, ha desaparecido por fín esa tirantez de la entrepierna, Ramoni, demonio hecho mujer, la señal de la cruz, exorcismo ritualizado. Hay que ponerse el zapato antes de que el pie se hinche. El sol ya está alto y se deja notar a través de las copas de los árboles. No hay mucho tiempo que perder, mejor dar la catequesis antes del almuerzo… en el caserío de los Jáuregui seguro que hoy disfrutará también de esas alubias rojas nadando en su caldo espeso, disputándose su sitio en el plato en aromática guerra con esa berza esplendorosa, tal vez hoy hayan dejado incorporarse a la refriega a un buen trozo de esa morcilla de Tolosa, sangre y cebolla, y quien sabe, algún cacho de chorizo viudo asomando su carne “pimentonada” entre las legumbres, y la sidra, esa sidra siempre fresca, siempre abundante, y las tripas que empiezan a convulsionarse anticipando los manjares, pecados de la carne estos también, pero pecados veniales al fín y al cabo, estos sí que no hacen daño a nadie.
Mejor ir siguiendo las vías, se acorta el camino. Qué nostalgia ahora del tren de pasajeros cargado de gente ruidosa, bullanguera y feliz, saludando con sus pañuelos, silbando, cantando… no era rentable, claro, y las riadas sirvieron de excusa para no reparar las vías ni los puentes ni los túneles, y ya solo queda este tramo, y el viejo Basilio a los mandos de la vieja 31 con su cargamento de madera.
Ya en el túnel, el silbido de la locomotora, el traqueteo, el vapor, la luz vacilante horadando la oscuridad, el bulto que camina, más silbidos, o son sólo saludos del viejo maquinista a su amigo el cura,
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no es mala persona a pesar de ser un cuervo, defendió a la gente del valle ante los falangistas y los requetés y casi le cuesta la vida…las sonrisas, el “agur” afectuoso, Rosendo alza feliz su brazo, Basilio con todo, buen cristiano y sobre todo buen amigo. Rosendo se arrima lo más posible a las paredes del túnel. Una rama, punta de lanza de un brazal de leña, mal estibada, saliendo amenazante del perímetro del vagón, se enhebra con portentosa habilidad de costurera en la sotana flotante que el brazo levantado del cura ha hecho inflarse más allá de la línea de seguridad. La velocidad del tren arrastra vagón, cargamento de madera, rama, sotana y cura. Rosendo es arrastrado a las vías y golpeado por el furgón de cola. Moribundo, con la vista anegada por su sangre ve su zapato izquierdo, negro y liberado sobre los raíles. Cristo, acógeme en tu seno, Santa María intercede por este pobre pecador… a lo lejos, ya fuera del túnel el tren consigue detenerse en un estrépito de frenos, Basilio y el fogonero Fermín descienden espantados de la locomotora, corren hacia el cura, pero Rosendo ya ha abandonado este valle de lágrimas para cuando llegan a su altura.
Un petirrojo curiosea en la entrada del túnel. Poco después remonta el vuelo y se pierde entre las copas de los árboles.
Isidoro Fernández
Antzizar Baserria, Leizarán, octubre de 2022
Esta es una historia de ficción. Los hechos narrados son fruto exclusivamente de la imaginación del autor.
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Solo queda como cierto que un sacerdote llamado Rosendo fue arrollado por el tren del Plazaola en 1957

CUENTO PROPIO... LA INSPIRACIÓN RETORNA A RÁFAGAS.

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